El y yo
El me contagia su simpleza, su forma de ver el mundo sin toda esa bruma con la que lo miro yo. El me muestra su alma, y se emociona al entrar en la mía. El me hace sentir única, especial, deseada. El, también me ofrecía un mundo perfecto, a nuestra manera, era mi mentor, mi abuelo que amaba contar historias y se enternecía al verme sonreír. El, también es mi reflejo, quien entiende exactamente lo que me pasa al ver una obra de arte o escuchar cierta música. El, también es mi guía espiritual, quien me enseña a través del dolor, quien me pone a prueba una y mil veces e incita mi superación. El es quien se va lejos, porque no tiene nada que aprender acá, conmigo. El es quien me agovia con sus muestras de afecto, aunque muchas veces una comunicación a tiempo haya impedido mi suicidio. El es quien me tortura para hacerme crecer, quien se va y vuelve, y se va, y vuelve. El es el que me lee, y no necesita que le hable demás, solo lo necesario. El es quien se siente honrado de que lo haga partícipe de mi existencia. El es quien quiere comunicarse conmigo a través de la piel. El se siente bien sabiendo que soy su nena, y que nunca voy a crecer del todo, que el siempre va a estar un paso más adelante que yo. El sería feliz si yo me dedicara a el tanto como el a mi. El se conforma con abrazarme y escuchar mi corazón latiendo -por el- para sentir seguridad y después volar. Mi maestro, mi alumno, mi guía espiritual.
Yo soy quien escucha con atención cada una de sus palabras. Yo soy quien se esfuerza por enseñarle a no avergonzarse de lo que siente. Yo soy quien lo vuelve loco, y lo hace hacerme mal. Yo soy quien lo contempla desde la distancia mientras se aleja, guardando la esperanza de su retorno -a mi-. Yo me escondo a veces, solo para no lastimarlo. Yo lo humillo, también para ponerlo a prueba. Yo lo quiero para mi -a el si- y no compartirlo con nadie. Yo soy aquella que trata de hacerle entender que se puede querer a muchas personas. Yo abrigo la ilusión de que en algún momento podamos otorgarnos existencia mutuamente. Yo no le entregué mi alma porque su partida estaba cerca -sin embargo me duele igual-. Yo le entregué mi ser, sabiendo que el iba a comprenderlo. Yo le entregué mi corazón, y lo hirió, y se lo saqué.
Así, estos el, o ellos, se conjugan con estos yo, o yoes, creandose cosas maravillosas a veces, infernales otras. Ellos se conocen, pero se evitan. Yo me conozco, y estoy aprendiendo a no evitarme. Pero no es suficiente.
Todos comparten algo: crean algo único, intimidad. Son personales. Son especiales.
Si el "ellos" se fundiera en un "el", sabría dónde quedarme. Hasta entonces, mi casa el es universo.
Yo soy quien escucha con atención cada una de sus palabras. Yo soy quien se esfuerza por enseñarle a no avergonzarse de lo que siente. Yo soy quien lo vuelve loco, y lo hace hacerme mal. Yo soy quien lo contempla desde la distancia mientras se aleja, guardando la esperanza de su retorno -a mi-. Yo me escondo a veces, solo para no lastimarlo. Yo lo humillo, también para ponerlo a prueba. Yo lo quiero para mi -a el si- y no compartirlo con nadie. Yo soy aquella que trata de hacerle entender que se puede querer a muchas personas. Yo abrigo la ilusión de que en algún momento podamos otorgarnos existencia mutuamente. Yo no le entregué mi alma porque su partida estaba cerca -sin embargo me duele igual-. Yo le entregué mi ser, sabiendo que el iba a comprenderlo. Yo le entregué mi corazón, y lo hirió, y se lo saqué.
Así, estos el, o ellos, se conjugan con estos yo, o yoes, creandose cosas maravillosas a veces, infernales otras. Ellos se conocen, pero se evitan. Yo me conozco, y estoy aprendiendo a no evitarme. Pero no es suficiente.
Todos comparten algo: crean algo único, intimidad. Son personales. Son especiales.
Si el "ellos" se fundiera en un "el", sabría dónde quedarme. Hasta entonces, mi casa el es universo.

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